Desde hace mucho se está pensando en posibles usos, incluso industriales, de las fibras hiladas por las arañas. Esas aplicaciones de la seda de araña podrían ir desde su uso en suturas quirúrgicas, así como en ingeniería civil e incluso militar. Ciertamente, las propiedades físicas de la seda de araña son singulares y eso es algo que llevó a algunos visionarios a imaginar auténticas granjas de seda de araña.
Chalais-Meudon, en las cercanías de París, era un tranquilo lugar que vio cómo se convertía en lugar elegido para diversos tipos de pruebas de dirigibles, contando incluso a principios del siglo XX con un descollante túnel de viento. Ahora bien, también pudo convertirse en el lugar de nacimiento de la gran industria de la seda de araña, o al menos eso es lo que pensaron algunos periódicos de todo el mundo cuando sacaron de quicio ciertas noticias llegadas de Francia. Una cosa es que se intentara y otra bien distinta que la cosa fuera factible.
Así, en la página 430 de The spider book, inmensa obra de John Henry Comstock, de la Universidad de Cornell, en su edición del año 1913, se menciona lo que sigue:
La seda de las arañas del género Nephila supera en resistencia y belleza a la propia de los gusanos de la seda. Esta seda ha encontrado ciertas aplicaciones. Las más importantes investigaciones llevadas a cabo para demostrar la utilidad de este material fueron llevadas en los Estados Unidos por el profesor Burt G. Wilder, con Nephila davipes. Igualmente, el misionero católico Padre Camboni hizo lo propio con Nephila madagascariensis…
Las experiencias de Camboni fueron muy difundidas, y ahí es donde llegó lo de sacar de contexto lo que sólo era una investigación para ver ya auténticos imperios de granjas de arañas. Veamos, por ejemplo, cómo contemplaba el asunto la madrileña revista Alrededor del mundo en su edición del 16 de junio de 1899:
Las arañas, explotadas por el hombre.
Se viene hablando de la seda de las arañas, de su aprovechamiento y de sus extraordinarias cualidades de resistencia, elasticidad y brillantez. Pero no se la había considerado, industrialmente hablando, más que como una curiosidad. Ahora, sin embargo, la explotación de la araña por el hombre como hilandera parece haber entrado en el terreno de la práctica y del negocio. Un francés que ha vivido muchos años en Madagascar, Mr. Camboni, es el implantador de la nueva industria. En sus talleres de Chalais-Meudon, cerca de París, montados en toda regla, tiene miles de arañas trabajando para él desde la mañana hasta por la noche. El sistema que emplea es éste: Se coge el extremo del hilo de una araña, se le pega a una bobina y se hace que ésta empiece a dar vueltas, enrollando el hilo. La araña, viendo que tiran de ella, echa a andar en dirección opuesta. El numero de revoluciones que da la bobina está perfectamente calculado para que el hilo no se rompa con la tensión ni la araña pueda alejarse demasiado.