Los investigadores realizaron un experimento consistente en una competición ciclista entre niños y adultos no acostumbrados a hacer ejercicio. Y lo que descubrieron es que los primeros poseían algunas características propias de los atletas profesionales.
Mientras los adultos que no entrenaban producían energía de forma anaeróbica, lo que aumentaba los niveles en sangre de ácido láctico (responsable de la sensación de fatiga), los niños la producían de forma mucho más eficiente. Lo hacían de forma aeróbica, es decir, a partir del oxígeno de la sangre, y eso les permitía alcanzar un nivel de resistencia mucho mayor.
Además, el organismo de los pequeños era mucho más eficiente a la hora de eliminar el ácido láctico acumulado, con el resultado de que se recuperaban mucho antes de la sensación de cansancio, y con ganas de seguir moviéndose.
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